- 1 pollo cortado en trozos pequeños (yo le pido al carnicero que me lo corte “para el ajillo”, ellos saben cómo). También puede hacerse la misma receta con conejo.
- 1 cabeza de ajos, pelados y cortados en láminas
- 1 vaso (de los de vino) de manzanilla (de la guita, no de infusión) o de vino fino, o de vino blanco.
- Sal
- Medio limón
- Aceite (de oliva)
- Una hoja de laurel
En una sartén alta (lo suyo sería hacerlo en cazuela de barro) ponemos abundante aceite a calentar, (me encanta lo de “abundante aceite” queda de lo más profesional), como un dedo de profundidad en la sartén, y cuando esté bien caliente, ponemos el pollo, que habremos salado, a freír. Cuando esté bien fritito por todo el exterior (hay que hacerlo a fuego fuerte, que quede dorado por fuera y aún crudo por dentro), lo sacamos y lo reservamos en un plato.
Añadimos todos los ajos y la hoja de laurel y los freímos a fuego medio hasta que empiecen a dorarse. En ese momento bajamos el fuego, añadimos el pollo, el vino y el zumo del medio limón, tapamos y dejamos freír a fuego lento durante un cuarto de hora o veinte minutos hasta que el pollo esté hecho pero sin que quede reseco.
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